El viajero que sí estuvo allí (Guía de viajes)

El viajero que sí estuvo allí (Guía de viajes)

La luz del mar hace un recorrido desde la lejanía del horizonte hasta acercarse a la costa que asoma, al borde de los apacibles arenales, como una sedosa sábana, suave y tibia. Mientras la ola, silenciosa y discreta, va rebotando en el agua, entrando como una acuarela de trazos luminosos en el municipio asturiano de Gozón. Una representación de reflejos cromáticos dibuja desde el imaginario horizonte el pueblo costero de Luanco, que se abraza a la arena sin temor, como un jardín que no se acaba jamás, en total entrega y ofrenda al infinito mar, a lo largo y amplio del litoral asturiano y, la duda del alma se disipa al instante, sin moverse ni un segundo. Como si detenidas estuvieran las manecillas de todos los relojes que marcan las horas del sol, y también de la sombra más umbría. Luz de sí misma, el pequeño pueblo de Luanco resalta por los bordes y los cantos del espejo, donde se reflejan los pensamientos más alejados y profundamente vivos. Perfilándose como un soneto marino que rima con el instante de fantasía que dura la fuerza de la ola, cuando ésta percute en la roca más compacta y maciza, produciendo sonidos de rumores sutiles de templada naturaleza, siempre viva. Poesía y agua a la vez forman el mejor poema; su propia rapsodia, de tradición y costumbres asentadas por el paso de los tiempos. Todos los poetas del mundo podrían estar aquí: en las playas de Luanco. Y como trovadores disfrazados de suaves caricias, la brisa marina les llevaría al éxtasis más rimador y lirico, para hacer los versos más hermosos, donde el mar baña a la cuenca Cantábrica por los cuatro costados, hasta hundirse por el horizonte más lejano y distante.