A propósito de la vida (El último caballero)

A propósito de la vida (El último caballero)

 

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Mi primera novela (2007)
A propósito de la vida (El último caballero)

Como escritor "tremendista" que soy, creo conveniente amigo lector y lectora, de tener la cortesía con vosotros de que podáis leer algunos capítulos de mi reciente publicada novela: A propósito de la vida (El último caballero) Con la humilde intención de ser leído... del todo. Y por si fuera de vuestro interés y os animárais a adquirir la novela completa. El que aquí suscribe, con la humildad arraigada, un día se atrevió a darle a la imaginación y a la pluma, con esfuerzo, ilusión y muchas horas invertidas, siendo el resultado el que por cortesía de este autor llega a vuestras manos. El autor, tiene claro que la última palabra de cualquier novela... la tenéis vosotros, lectores y lectoras.

Vuestro para siempre.


LA NOVELA HA RECIBIDO LA FELICITACIÓN Y CONSIDERACIÓN DE LOS SIGUIENTES ORGANISMOS, ASOCIACIONES E INSTITUCIONES

 

- Ateneu Barcelonés- Instituto Cervantes- Real Academia Española de la Lengua (diploma bibliotecario)- Museo de Cera de Barcelona- Casa Museo Lope de Vega- Fundación Caja Madrid- Casa Valencia- Café Gijón (Madrid)- Forum Café (Barcelona)- Dep. de Cultura Ayuntamiento de Guadalajara- Museo de Cera de Madrid.

A propósito de la vida (El último caballero)

CAPÍTULO I

Por un sendero, que conduce a una vereda de estrecho y poco trillado, donde Dios, con buena fe, intenta que cultura y mercadería hagan comunión. Libros esparcidos por el suelo, amontonados como chatarra, desordenados y sin clasificar, de todo tipo de géneros y temas de lo más divertido que descansan en paz muy a su pesar. Historias contadas con ternura que pertenecen ya al recuerdo, sentimientos almacenados, vibraciones y sensaciones de la vida, plasmadas con letra de imprenta antigua en un viejo papel que sólo el aire acaricia. Unos metros más abajo, un hombre de unos treinta años pregunta:

- ¡Jefe!, ¿a cuanto los libros?

- A dos euros, tres por cinco euros.

Los mercadillos y los rastros son perfectos oasis de un desierto de lo usado para los intelectuales, y los que sin serlo, les place el leer. Libros esparcidos por el suelo, a veces con desprecio, a veces por ignorancia, que cuentan mil y una historia llevando alguna verdad. Las revistas subidas de tono son más caras. Las revistas subidas de tono valen cuatro euros. Las buenas novelas hace tiempo que ocupan otros lugares en los ambientes de los mercaderes de lo usado.

- ¡Jefe!

- ¿Qué?

- ¿ Si me llevo diez me los deja a un euro cada uno ?

- Vale.

Los mercaderes de libros usados del mercadillo y rastro de Barcelona, no suelen regatear mucho tratándose de libros. Sólo regatean al alza con las revistas subiditas de tono y si se les pide un escritor concreto. Se comprende, que el simple interés de un autor ya cotiza.

-¡Jefe!

-¿Qué?

-¿Tiene algo de Federico García Lorca?

-No sé. Todo lo que tengo está por ahí. Si buscas, seguro que algo encuentras.

Los mercaderes de libros de mercadillo y rastro no suelen calibrar mucho en esto de los autores. Cuando no los conocen, te hacen revolver en una basta montaña de libros, por si acaso se tercia lo que se busca. Así, de esta manera, quedan bien y parece que entienden.

-¿Jefe!

-¿Qué?

-¿Si me quedo con toda la remesa me los deja a un euro?

-Bueno, pero sólo los que todo son letra y que no tienen fotos, ¿eh?

El mercader mira de reojo a un joven adolescente con cara de indeciso y probable pecador compulsivo en sus horas libres. En los mercadillos del rastro, uno se puede meter en más de cien mundos buscando la ilusión de la palabra. Una palabra usada, que no es virgen, pero sigue siendo pura como el primer día. Los libros de mercadillo y rastro, lo más probable, es que fueran adquiridos por primera vez por alguien que verdaderamente sabía lo que quería leer. Luego, lo revendió, lo olvidó o se lo dejó a alguien que nunca más se lo devolvió. Y acabó en mercadillo y rastro a dos euros, tres por sólo cinco euros. Los libros usados tienen su encanto. Uno, se imagina por pura lógica que ya han sido leídos. O si más no, ojeados. Han pasado por otras manos. Algunos tienen más de cincuenta años. EL libro, si es usado y antiguo desprende ese aroma del paso del tiempo. Ese aroma gastado y amarillento donde parece que la historia que se cuenta todavía tuviera vida. El libro nunca muere. Se amontona, se deja a la interperie, cae en manos ignorantes. Pero nunca muere.

-¡Jefe!

-¿Qué?

-Nada. Ya pasaré la semana que viene. -Bueno, como quieras.

Ramón Cárdenas Murias, todavía recuerda que un buen día hace tres años cansado de casi todo, decidió retirarse y hacerse monje y religioso. Ramón Cárdenas no tenía amores ni un trabajo fijo que le frenara en su decisión, tenía ganas de encontrarse a sí mismo y aprender sólo en ciertos sitios y que no salen en los libros. Ramón Cárdenas tenía ganas de encontrarse con Dios, cara a cara. En los monasterios, Dios suele estar más cerca, más accesible. Ramón Cárdenas se fue a un monasterio de noche y con alevosía, como un caco. Dejó lo poco que tenía para dedicarse a una vida de contemplación, una vida religiosa, cabalgando entre la teología y la filosofía que no necesariamente siempre se dan la mano. Aunque sabía perfectamente que estudiar filosofía no le haría FIlósofo. Para ser Filósofo se ha de aprender a filosofar. Lo mismo pasa con la teología, uno puede ser el más sabio e iluminado de los teólogos y luege irse de copas con el diablo. Es una cuestión de fe; o se cree o no se cree....

Ramón Cárdenas empezaba a ser escritor de novelas sin darse cuenta. Un escritor místico y solitario que rechazaba los placeres del cuerpo para dárselos al alma. Ahora, Ramón Cárdenas ya no es monje. Lo dejó. Ahora, es aspirante a escritor de novelas, compra libros usados cada sábado por la mañana en el viejo rastro de Barcelona. Compra muchos; total, sólo valen dos euros. Ramón Cárdenas lee muchos libros. Así, se cultiva y compara estilos de otros maestros que le sirven para calibrar el suyo que es todavía un poco basto, porque le falla el eje principal aunque domina muy bien el conflicto, y sueña que de aquí a pocos años ganará un premio literario y sus libros con el paso del tiempo acabarán esparcidos por el suelo y valdrán dos euros, tres por sólo cinco euros. Los libros no deberían de tener un precio fijo. El precio lo tendría que poner el que lo lee, que desde dos euros puede adquirir uno.

Ramón Cárdenas, licenciado en filosofía, que un día perdió la fe, dejo la vida monacal y le dió por escribir novelas, tira del hilo de la vida como puede, y sus días transcurren del modo que prospera la vida del que acepta la soledad como una manera de vivir. Del hombre libre y solitario que afronta el riesgo de ser escritor. ramón vive solo, más solo que la una, lo que le permite hacer correr la pluma con meditaciones, narraciones y ensayos varios. La soledad del escritor tiene un precio que no todos pueden pagar. El estudio habitación donde vive, en el barrio de Gracia de Barcelona, tiene lo necesario para sobrevivir. Una estantería llena de polvorientos libros, un ordenador antiguo, casi obsoleto, un poco de cocina y un poco de cuarto de baño con olor a humedad. Y un diccionario, siempre a mano, que es la caja de herramientas de un escritor. Un escritor tampoco necesita demasiado para vivir. Ramón se siente un poco prófugo de la vida y lee libros a la luz de una lámpara que casi no ilumina. Ramón, aunque tiene más de mil libros, no los había leído todos. Los ha ojeado todos, eso sí. Pero leerlos, lo que se dice leerlos, habrá leido digamos..., unos cien. A Ramón cuando escribe le cojea el eje principal pero es muy bueno con el conflicto.

Una tarde, ordenando su estantería con más de mil libros -cantidad ésta que se dice enseguida, pero habría que ver lo que ocupan mil libros- estantería tan desordenada que ya parecía de mercadillo y rastro. Y ordenando, le llamó la atención uno en especial que tenía las cubiertas de piel. Y se extrañó, porque más que un libro parecía un diario. Un diario donde alguien había puesto por escrito los días de su vida. Escrito a mano, con tinta de pluma y con letra redondilla. Cosa curiosa le pareció el hallazgo, pues supuso, que como compraba los libros a lotes por dos euros; tres por sólo cinco euros, se le habría colado por equivocación sin percatarse lo más mínimo. Era éste un diario no muy antiguo, finales de mil novecientos noventa, y titulado: A propósito de la vida (El último caballero) Los diarios suelen ser escritos muy privados que nadie debería leer, pero la curiosidad de Ramón Cárdenas superaba toda clase de éticas. Así que, abriendo el diario por el principio, se encontró con un prólogo que así decía: "Esta es la historia de un hombre de espíritu solitario sin miedo a las sombras". Aquellas palabras penetraron hondo en el alma de Ramón Cárdenas.

Ramón, aspirante a escritor de novelas, va todos los días a una taberna que está detrás de donde él vive. Va todos los días. Allí, suele tomarse muchos cafés con leche y lee muchos libros. Además de leer y de tomar cafés con leche, es un poco como el director de unos cursos que se imparten en la misma taberna que él mismo llama "Reuniones y tertulias para jóvenes escritores", donde junto con otros tres jóvenes aficionados a la literatura y el arte de escribir, dan rienda suelta a sus ideas narrativas y comparten estilos. Esa taberna, para él, es como una biblioteca pero más divertido. Las bibliotecas son muy aburridas para ir cada día. Como mucho, son para ir un día a la semana a consultar algo. Ramón, además de leer sus novelas favoritas y participar en tertulias literarias en la taberna, conoce gentes sin interés particular pero que le inspiran, y toma nota de todo aquello que le pudiera servir para su novela. Una novela sencilla con gentes sencillas. Así, los personajes le salen más reales, más creíbles, más humanos.

La taberna tiene por nombre "Cafetería bar Casa Paco, tapas y bocadillos, helados". Al menos eso es lo que figura en un rótulo que hay en la fachada y que encienden de noche. Por la mañana no lo encienden porque da mucho el sol y no se ve... La taberna no era gran cosa. Pero eso sí, muy concurrida y con una clientela muy pintoresca, tanto para los que están de paso como los que son más o menos fijos. Hay una barra hecha a escuadra y cartabón, muy larga, que va de punta a punta del local, en diagonal según se entra. Arriba, subiendo cuatro escalones, siete mesas preparadas para algunos comensales que de tanto en cuanto al mediodía tiran de menú. Casa Paco es algo más que un local destinado a la custodia y reparto de bebidas alcohólicas. COn sus gentes entrañables y curiosas, es un lugar de conversaciones triviales, de comentarios agudos, de filosofías varias, de gentes entrañables y sencillas. En la taberna Casa Paco , en hora punta el ambiente se respira humeante. Lo que más funciona es la barra y la terraza en primavera, porque está situada en una zona de paso. También hay mesas en el interior, pero son como pequeñas parcelas adquiridas por la clientela más fija, son como de propiedad reservada.

Ramón Cárdenas se sienta en una mesa de la taberna y se pide un café con leche.

-¡Hilario!

-¿Qué?

-Un café con leche por favor.

Hilario, es el camarero de Casa Paco. Es un camarero que le queda poco para cumplir los cuarenta. Es un camarero muy quedón y vacilón. Pero es muy buen profesional. Después del señor Andrés que es el dueño, el que manda es Hilario.

Ramón saborea su café con leche, y recuerda como un buen día, le dio por dejarlo todo y tomar el camino del amor al silencio detrás de unos callados muros. Ramón estaba cansado, y no acertaba con la fórmula del arte del saber vivir. Su familia pensaba que se había vuelto loco de remate y que había perdido el juicio, que eran manías y delirios suyos y que no se acababa de adaptar a la sociedad, a la siempre difícil y compleja sociedad. Decidió recorrer los monasterios de España de norte a sur, y de este a oeste, conociendo varias órdenes religiosas; Trinitarias, Dominicas, Clarisas, Carmelitas, Jesuitas..., Ramón Cárdenas quedó sorprendido por lo diverso y desigual de órdenes religiosas a que se puede uno acoger. Él, quería encontrarse a sí mismo, buscarse a sí mismo porque llevaba algunas espinas clavadas en el alma y le dolían como alambres que le pinchaban, se sentían usuario de la vida y quería mirar a los demás a través del ojo de la cerradura, ver y no ser visto, observar y no ser observado.

Por lo tanto, se fue a los monasterios con la provisión justa, una Biblia que nunca había leído, unos cuantos libros de filosofía y muchas cuartillas en blanco dentro de una vieja maleta con la esperanza de llenarlas con palabras llenas de verdad, con las cuales, disiparía dudas de la razón de su existencia, buscando respuestas no siempre cietas, como un ánima condenada. Ramón Cárdenas vivía el presente, porque tenía claro que uno no puede hacer proyectos de nada porque nunca salen, ya que siempre es la vida la que te organiza. El día a día ya es el futuro. Esto de encerarse en un monasterio era una idea que fue madurando hasta que se hizo realidad. Le dio un origen real, fue como si se tomara una excedencia de la vida cotidiana, un paréntesis en su existencia. Quizá, esta es la decisión más valiente que se pueda hacer en la vida, desconectarse de todo lo que nos han impuesto por imperativo y que nos arrastra por agotadores caminos por donde andamos hacia la monotonía que agobia nuestros días.

En la taberna hay un reloj colgado en la pared. Un reloj que marca las horas de la vida. Las agujas del reloj de la taberna van rápidas y seguras. Las agujas del reloj corren que se las pelan. Las agujas del reloj van descontando las horas que nos quedan de nuestra vida. La vida es un mar de preguntas sin respuesta que nos angustia hasta el final de nuestros días. Los días pasan uno detrás de otro y las hojas del calendario caen sin piedad, sin pensar ni por un momento del daño que hacen, es algo sistemático que no pueden evitar que pase. El reloj de la taberna es un guardián que va descontando el crédito de nuestras vidas.

Ramón Cárdenas, que sigue apurando su café con leche sabe, que cuando se escribe unanovela se han de numerar las páginas, porque sino, uno se lía y se pierde en un mar de folios donde acaba ahogándose en la propia historia que se está contando, y se hace unos lios espantosos porque no se acuerda de enumerar sus cuartillas. A veces, le da por escribir de carrerilla, de un tirón, y no recuerda numerar las páginas, se le descuadran los capítulos y se lía unos tinglados de padre y muy señor mío.

-¡Hilario!

-Dime, Ramón, dime.

-Otro café con leche por favor.

-¿Oye, Ramón?

-¿Qué?

-La hoja que está en el suelo, ¿es tuya?

-Pues sí, ¡que número tiene?

-No tiene.

Ramón es un hombre algo despistado y desorientado que navega contracorriente. A comienzos del siglo XXI donde todo se compra y se vende, donde todo se fusiona creando gigantes económicos que lo acaparan todo, donde internet le roba tiempo al hombre y le quita horas de vida para acabar todos en lo mismo; en una página web sexual donde siempre acaban pidiendo dinero y donde miles de masturbadores se lo pasan la mar de bien. Ramón Cárdenas, todavía tira de pluma y folio en blanco antes de que sus palabras acaben en su viejo ordenador. Él, tacha y subraya, arruga folios ya escritos y los tira a la papelera si no le convencen. Algunos se salvan porque él cree que valen la pena. No todo lo que escribe un escritor acaba publicándose, ni mucho menos. Hay miles, millones de historias que quedan inacabadas, olvidadas e ignoradas. Ramón trabaja muchas horas para acabar su obra, tiene fe y no se apaga. Ramón no piensa arrojar la toalla aunque tenga que pasar hambre. Él, quiere publicar, ¡vaya si quiere! Él, quiere salvar el libro, ¡vaya si quiere! El siglo XXI comienza empujando fuerte económicamente y el dinero es la base de todo ser humano. Tanto tienes, tanto vales. Ramón quiere romper el tópico y se esfuerza diá tras día con su ilusión literaria...

La primavera avanza como es costumbre, alegre y decidida. la primavera suele ser puntual y no falla ningún año. En primavera, cada flor está en su sitio y se suelen ordenar las cosas, los sentimientos, las palabras, las poesías. En la taberna Casa Paco en primavera también se entrevé que algo está cambiando. Ramón Cárdenas se pide otro café con leche y empieza a leer aquel diario que encontó en mercadillo y rastro que se titula: " A propósito de la vida (El último de los caballeros)